El pasado 28 de septiembre nos dejó la sonrisa que recibía a los jóvenes alumnos y alumnas cada mañana con un “buenos días” salesiano animando a los jóvenes a disfrutar de la vida.
En la misa de despedida y reconocimiento a toda una vida estuvimos presentes, junto con otros participantes, alumnos y alumnas de todas las edades unidos por el agradecimiento y cariño hacia la persona que con su cercanía nos había impregnado del espíritu salesiano que años después todavía conservamos y que quisimos, con nuestra presencia, dar las gracias y devolverle un poquito del infinito amor que nos fue dando en cada uno de los días que compartió con nosotros.
En el reverso del recordatorio que se nos entregó en la ceremonia figura el poema que escribió otro salesiano, José Luis Carreño, y que todos los asistentes a la ceremonia pudimos declamar:
RESURRECCIÓN
Campanero, cuando muera lanza al aire de la aurora
La tonada más sonora que jamás bronce tañera.
Lleve el aura al valle hundido su solemne vibración
Anunciando en su tañido: ¡Resurrección!
Que al volteo pongas brío y al golpeo del badajo,
Tiemble el bosque, vibre el río, para el ritmo del trabajo,
Brille el aire, calle el coro, suene su única oración
Tu campana, legua de oro: ¡Resurrección!
Peine el sol las rubias meses, surque vegas,
Prados, olas, turbe hogares de burgueses,
Hable a escuálidas chabolas, cruce plazas,
Doble esquinas, llene el mundo con su son,
Gente en bancos y oficinas: ¡Resurrección!
Quieto y mudo, para entonces
Yo estaré bajo la gleba, campanero,
Mas tus bronces llevarán la Buena Nueva.
Tal vez Dios permita, empero, buen amigo campanero,
Que a tu toque de oración, el repique aquel primero,
Que es de Vida mensajero, me caliente el corazón: ¡Resurrección!